Mons. Luis Argüello García: “El gran desafío de una institución educativa es cómo vive el coloquio entre razón y fe, generar y acoger culturas y purificarlas en un proyecto de comunión”

El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello García (Meneses de Campos, Palencia. 1953), asistió a la inauguración del curso 2024-2025 de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) y fue el encargado de oficiar la Eucaristía previa al acto académico. Con la cercanía que le caracteriza, valoró el desafío al que se enfrenta en la actualidad la Educación, el papel de la Iglesia en este contexto, la figura y legado de Marcelino Legido, y su apuesta por la identidad católica como base para un proyecto de comunión. Discreto y amable, Mons. Argüello García rememora, con motivo de su visita, los momentos más especiales que pasó en nuestra Aula Magna.

Pregunta (P): Usted es arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, pero también es un hombre de Universidad y muy vinculado con la Educación. Su primera experiencia docente fue en la Universidad y como profesor de Derecho Administrativo en Valladolid. Posteriormente, ejerció como profesor en su colegio, el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes. Conoce muy de cerca la enseñanza no universitaria y la universitaria. ¿Qué opina sobre la Educación de ambas etapas y, más concretamente, de la universitaria?

 

Respuesta (R): La Educación vive el desafío compartido de toda la sociedad ante un extraordinario cambio de época. Nosotros hemos vivido una primera Ley de Educación en España, que duró desde mediados del siglo XIX hasta avanzado el siglo XX, una Ley de Educación de un ilustre vallisoletano: Claudio Moyano. Desde 1970, en el que se elabora la siguiente Ley de Educación hasta ahora, ha habido ya tantas que casi hemos perdido el número porque la Educación trata de ajustarse a las necesidades de la época. Yo creo que esta es la debilidad del momento educativo y, al mismo tiempo, su desafío. 

 

Una debilidad porque está siempre con la lengua fuera para ver cómo nos adaptamos a un mundo cambiante y, por otra parte, un desafío porque una de las características del mundo cambiante es que tiene en transformación la comprensión antropológica. Para la Educación es básico tener un acuerdo, que significa ser persona y tener también un proyecto de persona. La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha ayudado a alcanzar este objetivo. 

 

Pero ahora la Educación -de una forma muy singular en la Educación Primaria y Secundaria- vive este desafío denominado “sistema competencial”. Y, la Universidad, que se ha generalizado muchísimo, vive una situación intermedia entre no quedar atrapada por parecer que es también Enseñanzas Medias –llamada Enseñanza Superior-  y poder ofrecer una capacidad de investigación, de conocimiento y, al mismo tiempo, de desarrollo profesional en un mundo tan cambiante.  

 

(P): Esta Universidad fue erigida en 1940 para restaurar las facultades de Teología y Cánones, excluidas de las aulas universitarias españolas en 1852. Su proyecto, estructura y organización actuales cristalizan en los años 70 cuando se convierte en la Universidad de la Conferencia Episcopal Española, asumiendo plenamente el espíritu y el mensaje del Concilio Vaticano II e insertándose con clara voluntad de participación en la nueva sociedad española.  La presencia de la Iglesia en la sociedad es diálogo y escucha. Usted ha hablado alguna vez de que la sociedad está inmersa en un desafío apostólico, en un cambio de mentalidad. ¿Podría explicarlo brevemente?

 

(R): Es la Iglesia la que tiene este desafío apostólico y precisamente en instituciones como esta, que es una institución de la Iglesia, que se sitúa en un sistema público; en uno de los pilares del estado de bienestar. 

 

La Iglesia durante siglos ha vivido una alianza tan fuerte con la sociedad que ha habido muchas cuestiones que hemos dado por supuestas, sobre todo en el último tramo. Hoy, la Iglesia ofrece -desde su propia experiencia y desde las empresas educativas que pone en marcha- una propuesta y un servicio a una sociedad que tiene ya su propia capacidad de organización. Por lo tanto, el desafío apostólico en una institución como la universidad supone primeramente una capacidad de acogida con una identidad católica. Dicha identidad viene definida por la capacidad de escucha, de diálogo, de razón y de libertad para, desde ahí, hacer una propuesta de verdad y de vida buena.  Esto se dice facilito, pero conjugar la acogida a estudiantes y, seguramente, a muchos profesores que tienen su particular experiencia con lo religioso o incluso que viven ya desde todas las características de un mundo sin Dios o como si Dios no existiera, supone una llamada grande a la comunidad universitaria para que pueda tomar conciencia de ser apóstoles, porque lo apostólico pasa por sujetos humanos concretos. 

 

Es verdad que la institución como tal, en su manera de organizarse, en las relaciones laborales, en los criterios organizativos, en la manera de plantear el acompañamiento de los estudiantes y las relaciones entre profesores y trabajadores debe tener unas señas también, que han de venir marcadas por lo que comúnmente llamamos Doctrina Social de la Iglesia. Pero ofrecido ese marco, hacen falta hombres y mujeres confesantes que testimonien la fe y que no la pongan en una especie de apartado en locales, en sitios o en días señalados en rojo. 

 

El gran desafío de una institución educativa es cómo vive el coloquio entre razón y fe y cómo generar y acoge culturas para purificarlas, ensancharlas y ensamblarlas en un proyecto de comunión.    

 

(P): En varias ocasiones, ha elogiado la vida evangélica de un antiguo alumno de la Universidad Pontificia de Salamanca, Marcelino Legido. Sabrá que estudió aquí, en la Facultad de Teología, y en 1972 defendió su tesis doctoral. 

 

(R): Para mí, hablar de la Iglesia en Castilla tiene una referencia muy importante, que es lo que Marcelino Legido ha supuesto para dar aliento de espiritualidad apostólica al camino de la Iglesia en Castilla. 

 

Precisamente, Marcelino Legido nos ha ofrecido un testimonio vital, de integración, de Filosofía y Teología, sobre los asuntos del mundo actual leídos desde unos pueblos pequeños, cerca de la frontera con Portugal, y en lugares de un claro hundimiento histórico. 

 

Pero para leer desde ahí, de lo que el Papa Francisco llamaría hoy periferias, es necesaria la gran tradición y la gran sabiduría de la Iglesia.

 

(P): ¿Qué ha sentido al volver a esta Universidad?

 

(R): En el Aula Magna estuve por primera vez con motivo de un encuentro de la Iglesia en Castilla, que era entre obispos, sacerdotes y la propia Universidad y lo cierto es que el primer día del encuentro me puse enfermo. Todavía recuerdo hoy cómo me cuidó el obispo de Ciudad Rodrigo, D. Demetrio Mansilla, que estaba preocupado de que un joven cura, que acaba de venir a un encuentro se pusiera enfermo -risas-, me iba a ver y me contaba los diálogos. Este ha sido otro recuerdo que he tenido al entrar en este lugar, en el que -perdonadme el tópico- las piedras no solo hablan, sino que también cantan.   

 

 

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