María Teresa Ramos Bernal: “La experiencia nos dice que jóvenes y mayores aprenden mutuamente y esto es lo mejor del Programa”
Afirma con insistencia lo mucho que aprende de sus alumnos, sin ser del todo consciente que ella es el faro para los estudiantes del Programa Interuniversitario de la Experiencia. Enfoca su esfuerzo hacia ellos, sin saber que sus alumnos duplicarían sus horas en la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) con tal de intercambiar a su lado anécdotas, avances, enseñanzas y preocupaciones. La trayectoria profesional de María Teresa Ramos Bernal, directora del Programa, no se concibe sin dos grandes pilares: por una parte, la persona y el significado que tuvo en su vida la profesora de la Facultad de Educación Adoración Holgado, precursora de este tipo de enseñanza; y, por otra, la huella que dejan en ella todas y cada una de las personas que confían en la UPSA para ampliar su formación a partir de los 55 años. No se exagera al afirmar que, además de horarios, asignaturas y actividades, Mari Tere -como se la conoce coloquialmente- tiene en su cabeza los logros, contratiempos y vínculos familiares de cada uno de sus estudiantes. Para esta salmantina, aficionada a caminar y a la lectura, los 30 años del Programa Interuniversitario de la Experiencia nunca serán suficientes para seguir sorprendiéndose y, sobre todo, -aunque ella no lo sepa- para seguir dejando una huella imborrable en todos los que acuden a las aulas para sentir el espíritu universitario.
Pregunta (P): ¿Qué supone el Programa Interuniversitario de la Experiencia para usted? ¿Qué aprendizaje obtiene después de estar vinculada tantos años a este proyecto?
Respuesta (R): Empecé en el año 1994 y, cuando me llamaron para participar por aquel entonces en mi trabajo, estaba centrada en actividades con niños y jóvenes. Estaba un poco a la expectativa porque sabía que era para trabajar con personas mayores, pero en ese momento era un trabajo más. Ahora, 28 años después, es el trabajo de mi vida al que le dedico muchas horas porque creo en él.
Este trabajo me ha dado muchísimo, como conocer a tantas personas que tienen mucho que aportar, estar pendiente de lo que nos rodea o mantener una buena actitud. Los mayores te enseñan muchísimo; lo primero, la curiosidad porque están aquí porque quieren y es de agradecer que quieran venir a la Universidad. En segundo lugar, porque ellos quieren seguir aprendiendo, recordando, volviendo a la Universidad o viniendo por primera vez en el caso de aquellos que no pudieron hacerlo. Ellos muestran un agradecimiento diario a la Universidad -a los conserjes, a los profesores y a cualquier persona que les facilita su paso por aquí-, así que recibo mucho más de lo que doy.
(P): Este curso se cumple 30 años del inicio de las clases en el Programa que coloquialmente llamamos para mayores. ¿Qué actividades y proyectos especiales tienen preparados para este año?
(R): En el último trimestre de este curso se organizarán jornadas de participación coincidiendo con la celebración de su graduación. La idea es que en esas fechas tengan actividades, como un concurso de fotografía y de pintura, una jornada sobre cómo valoran los alumnos el Programa o, en la graduación, la mención especial a una alumna de la primera promoción y la invitación a ex rectores de la Universidad que iniciaron el proyecto para que conmemoren con nosotros este acontecimiento.
También quiero que, en esa semana, las distintas asociaciones de estudiantes participen con una actuación de teatro y una reunión de asociaciones de coros porque entiendo que la conmemoración la tenemos que hacer todos: alumnos y la institución a la que pertenecemos.
(P): La profesora Adoración Holgado fue la precursora de este Programa que, posteriormente, se ha implantado en otras universidades españolas, ¿qué supuso para usted trabajar con ella y formar parte del germen de este proyecto?
(R): Adoración Holgado, aparte de ser la impulsora del Programa, primero fue mi profesora -yo estudié aquí, en la Universidad Pontificia de Salamanca-. Ella me llamó para que le ayudara en este Programa y la realidad es que aprendí mucho de ella. Destacaría, sin duda, su entrega y su mente privilegiada; además, como catedrática de Didáctica que era, vio que este Programa era especial y necesario para las personas mayores.
Una de las principales funciones que tiene la universidad española es abrir y divulgar la cultura que se enseña y dónde se aprende. Con lo cual, confiaba en que este Programa era necesario para las personas que quisieran, pudieran venir aquí, a la Universidad. Ella puso su vida y su empeño en ello, más que la docencia que le encantaba por encima de todas las cosas y, realmente, fue el proyecto de su vida porque desde el principio vio lo que suponía.
(P): Bajo su punto de vista, ¿Quién tiene que aprender más de quién: los alumnos jóvenes de los mayores o los de avanzada edad de los estudiantes que están cursando sus grados en la Universidad?
(R): En un principio, puedes pensar que los mayores no tienen nada que aportar, pero después de 28 años, tengo que decir que todos aprendemos de todos. Además del Programa, tenemos cursos intergeneracionales desde 1996 en los que participan alumnos mayores y jóvenes y se realizan evaluaciones. La experiencia nos dice que los mayores insisten en que los jóvenes son responsables, participativos, colaboradores y da gusto trabajar con ellos. Por su parte, los jóvenes opinan lo mismo de los mayores: que tienen mucho sentido común, bastante tolerancia y que aprenden mucho los unos de los otros. Cuando se trabaja de forma conjunta, es una cuestión de personas y aprenden mucho diariamente los unos de los otros -jóvenes de los mayores y viceversa-. Esto es lo bueno del Programa.
(P): ¿Qué anécdotas curiosas podría contarnos sobre sus alumnos?
(R): Muchas. Por ejemplo, un alumno joven que estaba estudiando aquí hizo una foto en el claustro a sus padres que venían al Programa a clase y me decían: “Fíjate, mi hijo, publicando una foto en las redes sociales, acompañando a sus padres a matricularse en la Universidad”. También un alumno tuvo que acompañar a su hijo al médico y, al día siguiente, el hijo escribió al coordinador, indicando su nombre y explicando que su padre le había acompañado al médico y, por ese motivo, no había ido a clase.
Otra anécdota curiosa fue que tuvimos a un alumno y maestro jubilado (José) de 87 años que nunca había faltado a clase y nos dijo que, por primera vez, iba a faltar porque tenía que ir al médico. Le dijimos que, por favor, nos llamara para decirnos qué le pasaba y cuando hablamos con él, con mucha preocupación, nos dijo: "¡Tengo que tomar una pastilla diaria para el resto de mi vida!". Además, este hombre un día me trajo una estampita dedicada a una ermita de la Santa Paciencia y, pasados unos días vino con su hijo -también jubilado- que me dijo: "Pareces la viva estampa de la Santa Paciencia".