Luis de Vega: “Nuestra forma de trabajar está directamente afectada por la revolución digital”
Acostumbrado a cubrir guerras, conflictos y desastres naturales, el periodista y alumni de la Facultad de Comunicación Luis de Vega (Promoción 1989-1994) afirma que no hay nada como la normalidad de volver a casa con su mujer y sus hijos y ver con distancia aquello que aquí consideramos problemas cotidianos. El pasado 20 de abril, De Vega no solo fue galardonado con el Premio María Teresa Aubach de Comunicación 2023 por su trayectoria profesional, sino que volvió a su casa académica, como habitualmente le gusta referirse a la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), y vio -también desde otra perspectiva- cuáles son las inquietudes de las nuevas generaciones de periodistas. Durante esa jornada, este onubense, al que le gusta presumir de su ciudad escondida en un rinconcito de España, recordó sus años universitarios, se reencontró con sus compañeros y amigos y demostró que, lo mejor que se puede llevar siempre en la maleta, son vivencias, aprendizajes y recuerdos.
Pregunta (P): ¿Qué supone para usted recibir este Premio de la Facultad de Comunicación?
Respuestas (R): Recibir este Premio es un motivo de orgullo, sobre todo porque viene de la que considero mi casa como institución académica. Volver como galardonado a la UPSA, donde me crie como periodista y donde comenzó una carrera que va camino de cumplir las tres décadas, es una enorme satisfacción.
Al mismo tiempo, aunque considero que hay que mirar más hacia delante que hacia atrás, creo que es bueno desandar el camino y no olvidarnos de dónde venimos. Ha sido una gran oportunidad para tener contacto y conocer a los que hoy en día están como yo entonces: empezando a levantar los cimientos de una carrera periodística. Ellos deben ser conscientes de la necesidad fundamental y esencial del periodismo en una sociedad avanzada, democrática, libre y con derechos humanos.
(P): Ha cubierto diversos conflictos bélicos y desastres naturales y humanitarios, ¿qué cualidades debe tener un periodista para llevar a cabo un buen trabajo en estos escenarios? ¿En qué cuestiones ha cambiado su manera de informar?
(R): Más allá de cubrir conflictos o desastres en general, hay una cualidad fundamental sobre la que basé mi elección de ser periodista que es la de la curiosidad. Siempre era muy preguntón y metía la nariz en todos los sitios, algo que considero que tenemos que seguir haciendo los reporteros: no cansarnos de llamar a puertas, de abrir ventanas, de emprender caminos, de tomar sendas secundarias para llegar lejos y para tener un punto de vista lo más poliédrico posible.
Al mismo tiempo, uniría la curiosidad a nuestra capacidad de dudar, es decir, de poner entre paréntesis lo que muchas veces nos parece evidente, lo que nos cuentan, aquello que nos soplan, o la información que nos pueden pasar fuentes interesadas. Y para luchar contra esas dudas, no podemos olvidar algo tan básico como seguir yendo a los sitios y ver por nosotros mismos qué ocurre, escuchar, leer, tocar y, en mi caso, también fotografiar.
Nuestras coberturas y la forma de trabajar de los periodistas está directamente afectada, salpicada, beneficiada o perjudicada, según el punto en el que nos pongamos, por la revolución digital. Es decir, las redes sociales, la tecnología, los nuevos formatos del periodismo han transformado nuestra forma de ejercer. No tiene absolutamente nada que ver el hecho de aprender a ser periodista en 2023 o en 1989, año en el que llegué a la Facultad con una máquina de escribir, bolígrafos, folios, sin correo electrónico, sin páginas web, sin Twitter y consiguiendo libros y fotocopias. Todo eso ha transformado la manera en la que trabajamos y la manera en la que también la gente recibe nuestro trabajo.
(P): Actualmente, usted es corresponsal en la guerra de Ucrania, ¿en qué se diferencia, informativamente hablando, este conflicto de otras contiendas? ¿Cuál es su rutina de trabajo?
(R): En estos momentos estoy enfrascado en la guerra de Ucrania, pero en el último año y medio he realizado un par de visitas a Afganistán, cuyo conflicto lleva enquistado medio siglo en un lugar que, por motivos de seguridad y de comunicación, es mucho más inaccesible que Ucrania.
La guerra de Ucrania nos ha estallado a las puertas de casa de una manera súbita -muchos no pensábamos que tuviéramos tan cerca un conflicto que nos rememorara a la II Guerra Mundial- y, aunque habíamos vivido hacía un cuarto de siglo la Guerra de los Balcanes, las consecuencias en este caso van mucho más allá.
Pese a ello, puede sorprender que, aunque esté el espacio aéreo del país cerrado desde aquella madrugada del 24 de febrero del año pasado, a Ucrania se entra con bastante facilidad. Evidentemente, no tenemos acceso por las fronteras de Bielorrusia o por Rusia pero, en general, la frontera que uso siempre es la de Polonia y es muy accesible, lo cual marca mucho nuestra forma de trabajar. Incluso te puedes mover por todo el país en coche hasta prácticamente el mismo frente de batalla, aunque evidentemente las autoridades locales tratan de controlar nuestro acceso y nos requieren permisos especiales.
Destacaría especialmente el tren como medio de transporte, ya que es un milagro que la Compañía Nacional de Ferrocarriles siga trabajando con las dificultades que lo está haciendo. Ha evacuado a millones de personas que son desplazados, tanto internos como refugiados, fuera del país y sorprende que, en una guerra que lleva ya más de un año, sea relativamente fácil moverse, aunque haya zonas altamente minadas. Este aspecto es algo destacable frente a otros conflictos que he cubierto.
La rutina de trabajo ha cambiado también con respecto a coberturas anteriores porque ahora se impone mucho el estar muy pendiente de la última hora. Nosotros tenemos asuntos como reportajes, entrevistas, viajes que vamos organizando con días de antelación, pero no podemos quitar la vista nunca de la última hora. Mi diario abrió un hilo directo para contar la guerra en enero del año pasado y ese hilo sigue abierto las 24 horas del día, lo cual obliga a estar pendiente de esas últimas horas. Este condicionante ha cambiado nuestra manera de informar con respecto a las coberturas que llevábamos a cabo en la guerra de Irak hace dos décadas o en las primaveras árabes que estallaron hace diez años donde las páginas webs de los periódicos no estaban tan pendientes de contar en directo todo lo que pasaba.
(P): ¿Cómo recuerda su paso por la UPSA? ¿Qué aspectos destacaría de su formación en nuestras aulas?
(R): Podría tirarme horas recordando mi paso por la Ponti, sobre todo porque fue tan importante mi experiencia dentro de las aulas como fuera. Que alguien con 18 años llegue desde Andalucía a Salamanca supone, sobre todo, aprender a crecer como persona, algo que se lleva a cabo no solamente en los pasillos y en las clases, sino también a través de la vida diaria de la ciudad.
Respecto a la formación, me hace gracia recordar cuando íbamos a clase con la máquina de escribir, ir cargados de libros, hacer fotocopias, pedir apuntes de compañeros tomados a bolígrafo o a pluma, el estar pendientes de una difusión del conocimiento que ahora mismo nos parece prácticamente medieval. En este contexto lo más destacable sería la formación en las aulas para luchar contra ese concepto que se tiene muchas veces de que el periodista es alguien que sabe un poquito de todo y no sabe de nada.
Evidentemente, no tengo un recuerdo perfecto de todos los profesores, pero sí recuerdo algunas clases inolvidables de algunas asignaturas que no me gustaban para nada. Por ejemplo, las clases de Economía -que me costaba mucho entender, pero que valoraba mucho con el profesor Bustos- o las clases de Arte del profesor Paniagua que me parecían sencillamente magistrales. Ahora vuelvo la vista atrás con cierta añoranza y con cierta satisfacción de saber que aquellos fueron los mimbres con los que se fue tejiendo el reportero que soy ahora.
(P):¿Qué recomendación daría a los estudiantes que se preparan ahora para trabajar como periodistas?
(R): Tienen que tener en cuenta que van a zambullirse en la que, para mí, es una de las profesiones más bonitas del mundo y que tiene un alto grado de vocación. Además, también han de ser conscientes que ejerciendo esta profesión es muy difícil hacerse rico y más bajo la crisis que hace ahora mismo tambalear a los medios de comunicación y a la dignidad salarial. Pero, quitando esa pega, en mi caso tengo satisfacciones diarias en el ejercicio de mi trabajo y me cuesta mucho pensar en cambiarlo por otra cosa.
Fotografías cedidas por Luis de Vega.