Román Á. Pardo: “Hay que preparar al corazón y a la mente para que lo trascendental nos interrogue”

Cuando pensamos en cuestiones teológicas, la mayoría de nosotros simplificamos ciertas ideas, hacemos una radiografía de nuestra fe y trasladamos todo al ámbito abstracto y trascendental. El profesor y vicedecano de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, Román Á. Pardo Manrique, no solo aporta una respuesta actual de esta disciplina, sino también cómo esta puede ayudar a entendernos y a comprender nuestra evolución y entorno. Este burgalés, aficionado a las novelas policiacas anglosajonas, hace ‘pedagogía teológica’ y nos confiesa que, además de sus viajes por el centro de Europa con sus amigos, es fan absoluto de la música del ‘Boss’ y del teatro. Un apunte más que le define: en su época de estudiante en la Universidad de Navarra creó un ‘cineforum’ junto al que es actualmente obispo de Zaragoza, Mons. Carlos Escribano.

Pregunta (P): ¿Es habitual leer diferentes informaciones sobre la crisis vocacional y de valores que existe en la actualidad, ¿cuáles son, bajo su punto de vista, las claves para superar esta carencia?

 

 

Respuesta (R): En el s. XIX hay unos pensadores, que se llaman los ‘pensadores de la sospecha’, que han ido calando en nuestra sociedad y plantean cuestiones del tipo “¿quién conoce la verdad?” o “¿quién conoce el bien?”. Este aspecto supone que, en el momento en que ponemos en duda ciertas categorías, empezamos a no ser capaces de captar los valores. 

 

 

Desde el plano de la trascendencia, de lo religioso -y más en concreto de la fe en un Dios personal que me habla y con el que yo puedo mantener una relación-, el problema es que hay un pesimismo en la capacidad que tenemos de dar un salto a la fe. Estaríamos, por lo tanto, ante una crisis de fe donde todo lo queremos calcular matemáticamente, con certezas, con satisfacciones emocionales, transitivas… Es parte de nuestro tiempo y lo llamamos habitualmente ‘postmodernismo’. 

 

 

Posiblemente, hay que preparar al corazón y a la mente para que lo trascendental nos interrogue, algo como lo que decía El Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”. Ahí está la clave: hay que fijarse en lo invisible, lo cual implica sensibilidad, delicadeza y dejarse sorprender… Además, hay otro hándicap, que los teólogos lo sabemos bien: la fe es suplicable -hay que prepararse para la fe-, pero no es exigible; solo es Dios el que nos la da, por lo tanto, es aún más difícil y más apasionante.

 

 

(P): Uno de sus libros se titula Celebrando y viviendo la fe, ¿cree que es difícil llevar una vida plena y fiel a la fe de cada uno en los tiempos que corren?

 

 

(R): Nosotros mismos nos damos cuenta de que somos seres que podemos crecer, que podemos madurar y que podemos alcanzar eso que los filósofos clásicos llamaban eudaimonía, que se traduce por ‘felicidad’. Pero que no es la felicidad tal y como como nosotros la entendemos: no es una felicidad del hedonismo, del placer, de todo satisfecho, sino que se trata de que uno sea capaz de darse cuenta de que es un ser inacabado y de que su plenitud se va realizando poco a poco, en el día a día y en proceso. Esto implica que para ser feliz se necesita asumir el sacrificio, el esfuerzo o -según indicaban los filósofos clásicos- la salvación. Ellos decían: “para salvarse uno, para crecer, para madurar, para florecer, para ser feliz se necesita quitar esos obstáculos que me impiden el crecimiento y, al mismo tiempo, potenciar las fuerzas internas que tenemos de crecimiento”. Desde el mundo teológico, celebrar y vivir la fe implica la excelencia de las bienaventuranzas, de la misericordia y, en definitiva, de unirse a la causa de Jesús.

 

 

(P): Usted está especializado en Teología moral, Teología social y política y ha reflexionado en numerosos trabajos sobre bioética, ¿hacia dónde se dirigen las nuevas líneas de trabajo en estos ámbitos?

 

 

(R): Si siguiéramos a Santo Tomás de Aquino o a una filósofa de nuestro tiempo como Elizabeth Anscombe, llegaríamos a la conclusión de que lo que necesitamos es vivir las virtudes. Nosotros tenemos tres virtudes que nos vienen de Dios: la fe, la esperanza y la caridad. En realidad, coincido también con lo que decía Pedro Laín Entralgo: necesitamos creer y ser creídos; esperar y ser esperados y amar y ser amados. 

 

 

En el campo de la política y la economía, ahora estamos viviendo un momento teológicamente muy bonito porque el Papa Francisco ha querido que la clave hermenéutica de toda la moral sea la clave social. Esto no es nuevo: en realidad -y esto es una alegría decirlo aquí- es la clave y el modo de pensar la teología moral por la Escuela de Salamanca, ya que ellos daban respuesta al nuevo mundo, al comercio y a las nuevas cuestiones que surgían. La invasión de Ucrania nos ha planteado si en realidad estábamos en una sociedad tan civilizada como creíamos cuando estamos a punto de entrar en una III Guerra Mundial… Todas estas cuestiones sociales, su explicación y la luz que se le puede dar desde la Teología tienen una implicación y unos horizontes amplios e interesantísimos.

 

 

En lo que respecta a la bioética, podemos hablar de tres horizontes: la eugenesia, en el sentido de ¿vamos a tocar nuestros genes para diseñar a nuestros hijos como nosotros queremos?; nuestra identidad, es decir, todo aquello que tiene que ver con inteligencia artificial y la nanotecnología, lo cual implica plantearse la pregunta ¿cuál es el límite de la motorización de nuestro cerebro que pone en riesgo nuestra identidad? Y, por último, la muerte, pero no la muerte que nosotros conocemos como eutanasia, sino ¿cuándo es el momento de morir?, ¿cuándo vamos a tener el derecho y deseo de morir?, ¿cuándo me marcho de aquí porque no he llegado a una cierta calidad de vida o a un bienestar? Estas cuestiones adquieren más importancia justo en una época en la que está aumentando el caso de suicidios de gente joven. Son tres grandes preguntas, que en el fondo son las tres grandes cuestiones de siempre: el poder, el tener y el placer, que antiguamente se traducía en la guerra justa, la cuestión del aborto y la propiedad privada.

 

 

(P): ¿Cuáles son las nuevas salidas profesionales para los titulados en Teología?

 

 

(R): Si nos fijamos en países del norte y centro de Europa, la Iglesia y sus estructuras internas tienen profesionales; no solamente el voluntariado, también hay profesionales en España: uno va a un obispado y encuentra abogados, periodistas, administrativos, etc. 

 

 

En el centro de Europa puedes ser economista, pero para ser contratado por la Iglesia necesitas también una de las titulaciones canónicas: Teología, Filosofía o Derecho Canónico. Es posible que ese sea el horizonte de europeización para nosotros, aspecto que no estaría nada mal pensarlo y sobre el cual hay algunas voces que lo reclaman. 

 

 

Por otro lado, está el campo de la educación: la Teología te capacita para ser profesor de Secundaria en el área de Religión; a día de hoy, puedo decir que una persona con el título de Teología y la capacitación apropiada que exige la Conferencia Episcopal Española y las leyes, encuentra trabajo ya. No sé si en su ciudad, pero sí en el ámbito español; es más, hay regiones en las que se están cerrando unidades de Religión, no porque no haya peticiones de solicitudes -aunque es verdad que también están bajando-, sino por otros factores como, por ejemplo, en Cataluña, donde se cierra porque no hay profesorado que pueda dar esa asignatura (hace falta un B2 en catalán). A día de hoy, es trabajo seguro.

 

 

(P): ¿Qué mensaje le daría a aquellos jóvenes que deseen estudiar Teología en la UPSA?

 

 

(R): En la UPSA va a encontrar una Teología fresca, plural y un ambiente inmejorable. Aquí voy a echar flores a todo el Claustro porque es un profesorado de elite. Aquellos alumnos que vienen a la UPSA para estudiar la licenciatura o el doctorado salen preparados y con un horizonte muy amplio, no solo sabiendo cuál es el estado de cuestión teológica de cada tema, sino también con grandes interrogantes y espacios para profundizar e investigar. Nuestra formación permite entrar en diálogo y debatir con el mundo de hoy, así como con otras posturas teológicas.